Apr
01
2007
1

El de La sota de oros

Me doy la vuelta y estiro los brazos por encima de mi cabeza. Los alargo todo lo que puedo, como sujetando la pared, pero sin hacer fuerza. Inclino la cabeza hacia abajo y giro el mando de la ducha hacia donde marca “frío extremo”. El primer chorro se transforma en el filo cortante de una navaja a la altura de mi nuca. La reacción a tal efecto debería ser un escalofrío, una mueca o un sobresalto, pero no tengo fuerzas para eso. Simplemente exhalo el aire de mis pulmones y empiezo a notar como el cabello se humedece y se va amontonando a ambos lados de la cara. El flequillo cede, avanza lentamente hacia mis ojos y termina mirando al suelo. “Empieza a contar” me digo a mí mismo. Uno… dos… tres… cuatro… cinco… Bajo la mano y volviendo a coger el mando cierro el flujo de hielo que me golpea en la coronilla. Las ultimas gotas corren por mi frente y eligen por cual de los cabellos quieren lanzarse al vacío. Derecha, izquierda, derecha, centro, derecha, derecha… Me quedo mirando a una valiente que trata de luchar contra lo inevitable. “No te resistas” – le digo observándola fijamente – “Nadie puede derrotar a la gravedad…”

¿Qué es lo que lleva a alguien a perderse en la oscuridad de un sábado? ¿Qué provoca la sensación de una amistad más férrea que la verdadera entre un grupo de personas? ¿Qué consigue que pierdas la vergüenza y empieces a hablar con conocidos de cosas que no hablarías ni con tus amigos?

Lo mismo que hace que una canción infantil se convierta en un evento estelar, eso que consigue que una botella sin abrir se convierta en un pase para entrar a una fiesta, o eso que consigue que una caida de ojos se traduzca en un “perdona no quepo, ¿me dejas pasar?”, por no mencionar de su poder para reunir a la gente a su alrededor desde tiempos inmemoriales.

Ayer en mitad de la noche me miré en unos ojos preciosos y me dije “pásatelo bien que mañana no te acordarás de nada”. Y así lo hice. Pero sí puedo recordar. Pocas veces he disfrutado tanto con mis amigos y amigas. Diálogos, conversaciones, historias, caídas, trompicones, canciones, risas, sonrisas, besos, abrazos dobles, triples… Y es que cuando nuestro amigo común está presente, todo parece mucho más bonito, más largo, más intenso, más divertido. ¿Es realmente necesario invitarle siempre? Lo cierto es que creo que sí. Sino muchas cosas de las ocurridas no habrían pasado jamás.

Y entre otras muchas ahora mismo sólo se me vienen a la cabeza los juegos a los que nos atrevemos a jugar cuando salimos. Nos valemos de la situación, de la gente desconocida que nos rodea, del griterío, de la inadvertencia dentro del tumulto para acercarnos y susurrar al oído. Te empujan por la espalda pero eso no evita que sigas clavando tus ojos en esa pupila derecha, luego la izquierda, de nuevo la derecha… Y entonces repites una vez más ese rito de abrir ligeramente la boca, recorrer los labios lentamente para humedecerlos, a veces acompañado de un pequeño mordisco en el labio inferior, para levantar la cabeza y dejar que tu mano alcance la boca para posar en ella el borde del vaso. Con el labio detienes los hielos siempre presentes y recibes ese río de mezcla de grados y burbujas que resbalan por tu garganta hasta que el picor en la misma o el secado del río te obliga a parar. El acto siguiente es volver a abrir la boca para recobrar el sabor del ambiente y devolverte a la conversación y a la cara que tenías enfrente. Así una y otra vez, donde solo la subjetividad hace depender el que te preocupes mas de la persona o del vaso.

En cualquier otro sitio o momento el tabaquismo de mi alrededor me habría incomodado. El olor a tabaco en la ropa, la ceniza en botes de coca-cola, las colillas en el suelo… Pero busco otros alicientes. Una sonrisa lejana, el sabor a chicle de unos dientes, una foto preparada, un abrazo para poder entrar a la cocina, unas manos que huelen a vainilla… Sin embargo toda esta mezcla de sábado no sienta a todos por igual, y el aire de las escaleras de la entrada debe actuar para aliviar la cabeza de una chica. Es el momento idóneo para dejar de beber y poder conducir más tarde.

Una noche más que acaba tirado en la cama. Ruedo sobre mí mismo y noto que algo se me clava en el abdomen. Joder, a saber qué he hecho. Desabrocho los botones de mi camisa y me levanto la camiseta. Palpo a oscuras y encuentro algo fino sobre mi vientre… La luz de la habitación me mataría, así que abro el móvil y apunto para observarlo. ¿Una carta? Una carta. Una carta española, con un pequeño agujero y una tira con la bandera de España en forma de lazo. Y en la parte derecha algo escrito. Una letra demasiado pequeña para la luz del movil y demasiado borrosa para mi roja vista. Una inscripción que leeré mañana al levantarme. ¿Pero de dónde sale? ¿Y cómo ha llegado ahí?

La gota se despide de las alturas y cae sin remedio. Incluso desde arriba puedo oir el sonido del choque contra la blanca superficie. Sin mirar atrás, vuelve con las de su misma naturaleza y se mezcla entre ellas, para desaparecer finalmente. Sin decir adiós. Ahá, ahora ya recuerdo…

Written by rito2k in: sinmas | 1 COMENTARIOS |

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